Dentro de la música, existen los relatos, de forma similar a
la que un cuento es acompañado por una melodía. Por eso, damos cuenta de una de
esas historias.
Javier era un joven que residía en un pequeño pueblo en el
norte de Europa. En los tiempos donde era más común ver gente con armadura que
con un arma de fuego. Caminos empedrados, recorridos con carros y casas que con
suerte alcanzaban los dos pisos. Ese lugar humilde era conocido como Bramston
por los que lo residían, pueblo de una tranquilidad que podemos decir que ésa
fue la primera razón por la que se armó tanto barullo al ver llegar desde el
horizonte un carro siendo tirado por un viejo montado en una mula.
El anciano llegó a la plaza del pueblo ante la mirada atenta
de los lugareños, enfrente de la fuente de piedra estiró una especie de carpa
sobre el humilde carruaje, la curiosidad de la gente, que pocas veces recibía visitas nomás para intercambiar papas por otras comidas casi tan insípidas, produjo que una multitud se formara en torno a la carreta. Luego de unos
momentos, una extraña música comenzó a brotar de dentro de las telas que
cubrían el precario medio de transporte. De esta carpa remendada salieron dos
siluetas pequeñas, un títere con aspecto de caballero gallardo acompañado de
una doncella de hermosa belleza. Tal era el realismo de esos objetos que los
lugareños tardaron en entender que lo que estaba sucediendo enfrente de ellos
era nada más y nada menos que una función de marionetas.
Las figuras no eran reales en forma, sino en voz y en movimiento. La población
se reunió en torno de la carreta sin poder apartar la mirada. Si alguno va
hasta ese pueblo en la actualidad, preguntando por como estuvo la función, los
pocos que han oído esa historia probablemente no darán cuenta de que se trataba
de un espectáculo en realidad.
La función terminó y la gente marchó, aún embelesada,
pensando en lo visto, todos excepto Javier, que se quedó contemplando la tela
sucia que aquel anciano colocó sobre la carreta esa mañana, embelesado por la belleza
de la doncella de la historia. Otras obras se realizaron esos días, pero sin
esa joven de vestido. Las marionetas se movían como personas reales. A menudo, al final incluso pedían la colaboración de la gente para que dejara monedas en
las capas que ella misma había tendido en el suelo. Al atardecer, las telas cayeron.
El joven Javier, aún sentado sobre el empedrado del suelo, se inclinó,
esperando ver a las pequeñas personas, en especial a la chica tan preciosa que
había escuchado hablar en la primera función.
Pero en lugar de eso, sólo había un anciano, acomodando macutos en el suelo.
Dubitativo, el niño se acercó al carro.
-Señor…-Dijo acercándose a la carreta.
-Ah, joven- Lo interrumpió antes de que pudiera continuar hablando- ¿Serías tan amable de pasarme la capa que dejaron mis marionetas en el suelo?
Javier le tendió la tela, repleta de cobre y algunas monedas
de plata. La voz del anciano era tranquila, parsimoniosa como la de un orador,
sin embargo, no fijaba la mirada en el niño, los ojos llenos de cataratas, comprendió
el niño, eran ciegos.
-Gracias…- El hombre le dedicó una sonrisa amable, sin
enseñar los dientes- Bien, ahora, ¿que es lo que deseas?
El joven dudó.
-¿Donde está la doncella de corazón de oro?- preguntó,
esperanzado.
-Ah…-la sonrisa del hombre desapareció un poco- Se está
preparando para la función de esta noche…Ahora ve, pequeño, no hagas a tus
padres esperar a que se haga oscuro…
Muchas noches más el niño visitó la plaza, bajo las
estrellas o la lluvia, poco a poco se fue enamorando más y más de la voz de la
mujer del delicado vestido que cada tanto paseaba por el escenario. Hasta que
una noche, al haber finalizado la obra, se acercó al anciano y preguntó qué
guardaba en su corazón.
-No…no puedo venderla…-El anciano cegato pasó la mano por la
cabeza de la doncella, observando sin ver el lugar- Mi obra de arte es
invaluable…
-Por favor señor, diga su precio, todo daré- imploró Javier.
-¡No!-respondió tajante el hombre- Este debate terminó y mi
respuesta no cambió.
En silencio, el hombre espoleó a la mula que llevaba el
carruaje y comenzó a andar por los callejones del pueblo. Pero tal era el deseo
de Javier por tener consigo a la bella marioneta que decidió seguir al anciano,
por las oscuras calles lo persiguió. Se acercó con pies de pluma al costado de
la carreta y estiró la mano…
Los firmes dedos arrugados del anciano rodearon la muñeca de Javier.
-Dije que esta obra de arte era sólo mía para tener…- la voz
del ciego se mantenía tranquila, y los ojos observaron el rostro del niño sin
verlo.
-Por favor, señor. La muñeca debe ser mía. Por ella daría todo
y haría todo- dijo al borde de las lágrimas- Todo por ese corazón dorado…-
-¿Es así, pues…? ¿Corazón de oro deseas poseer?- el hombre
alzó la mirada al cielo y negó- La codicia es verdaderamente más ciega que yo… así
pues, este niño desea sea, una marioneta de verdad…
Entonces, Javier comenzó a cambiar, su cuerpo se encogió,
sintió como poco a poco que su cuerpo comenzaba a endurecerse. Al cabo de unos
segundos, de los dedos arrugados dedos del titiritero anciano pendía la figura
de un niño, que miraba sin mirar.
Los años pasaron para el niño marioneta, nunca creciendo, nunca sintiendo
hambre y sólo necesitando la voz del titiritero. La destartalada carreta
viajaba constantemente entre los pueblos de ese país cuyo nombre ha cambiado.
La memoria de Javier fue desvaneciéndose con el tiempo, a su mente le costaba
cada vez más recordar cómo había terminado en el escenario, cantando con un
arco en la mano.
-No, no serás libre, pues el maestro yo soy.- dijo el
anciano, con una sonrisa enseñando los dientes sucios- El maestro de las
marionetas, y en mi carro es donde tú estás…
Muchos dicen aun así que Javier consiguió escapar con el
tiempo del encantamiento del anciano. Sin embargo hay que tener cuidado con lo
que se desea, y a la codicia desoír, quién sabe cuándo, por nuestra ignorancia, terminaremos atados a
los hilos de alguien más…
Lisandro Ferreira
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